El 25 de abril de 1953, James Watson y Francis Crick publicaron un artículo en Nature en el que sugerían una estructura para el ácido desoxirribonucleico (ADN). Este hallazgo le dio al mundo el característico ícono de la doble hélice entrelazada, pero más importante aún, abrió el camino para una comprensión más profunda de la biología que conduciría al descifrado del código genético y luego, a la secuencia completa del genoma humano.
El descubrimiento del “secreto de la vida” permite que hoy sepamos cómo se transmite el código genético de padres a hijos, y ha permitido elevar la comprensión sobre las enfermedades hereditarias, así como el desarrollo de tratamientos.
Pero este hallazgo que a menudo está ligado a los nombres de Watson y Crick, fue posible gracias al trabajo de una cantidad de personas talentosas y dedicadas a la ciencia, entre ellas la cristalógrafa de rayos X Rosalind Franklin, quien logró las mejores imágenes de rayos X de los patrones de difracción de las moléculas del ADN en estado cristalino.
En este texto de la Universidad de Cambridge se reivindica el papel fundamental de Rosalind, pero también el de la cristalografía y de muchos otros involucrados en el proceso, como la bioquímica June Broomhead, o los premios Nobel Lawrence Bragg y Max Perutz.
Un descubrimiento tan importante como el de la estructura del ADN no puede más que estar lleno de lecciones y aprendizajes que inspiran a las y los investigadores de la actualidad a cuestionar, indagar y encontrar nuevas formas de abordar los desafíos de salud de hoy y de mañana.