Skip to main content
search

Cierren los ojos.

Imagínense a una persona que, por su aspecto, dirían que definitivamente trabaja en ciencia.

¿Qué aspecto tiene esa persona?

Usualmente imaginamos a un hombre, a un científico, porque hay un sesgo cognitivo que nos hace asociar ciencia con hombres y trabajos del hogar con mujeres. Para comprender los orígenes de estas asociaciones se ha estudiado, durante años, la percepción que tienen los y las niñas de los científicos utilizando el Draw-a-Scientist Test (Prueba de dibujar a un científico), que es ya un clásico de las ciencias sociales. Hace un par de años se publicó la metadata de los resultados tras cinco décadas de aplicar esta prueba, y algunos de los hallazgos más relevantes muestran que:

  • Los y las niñas dibujan científicas con más frecuencia: En el estudio original, alrededor de 1970, con infantes de 11 años, menos del 1% de los dibujos recopilados de niños y niñas fueron de mujeres científicas. Ese número aumentó a lo largo de las décadas, alcanzando 28% en promedio en los estudios de 2016.
  • Las niñas están impulsando el cambio: Solo el 1.2% de las niñas dibujó a los científicos como mujeres en el estudio original, una cifra que aumentó al 33% en 1985 y luego al 58% en 2016, superando ampliamente a los niños, que todavía dibujan a científicos masculinos nueve de cada diez veces.

Lo interesante de este cambio en las asociaciones, es que está correlacionado con el aumento en el número real de mujeres en la ciencia. Esto significa que, al ver mujeres como referentes científicos, las niñas saben que pueden optar por esas carreras. Maria Irene Bellini, cirujana especialista en trasplantas del Imperial College Health Care NHS, lo ha dicho de manera contundente: “No puedes ser lo que no puedes ver”. ¿Cómo pueden las niñas, adolescentes y adultas sentirse inspiradas por una profesión si no ven a otras mujeres desempeñándola?

Y es muy emocionante ver cómo los esfuerzos por visibilizar a las mujeres en la ciencia y como agentes de innovación se multiplican: A principios de este año en AMIIF lanzamos la campaña #MujeresConCiencia para echar luz sobre las historias de algunas de las muchas mujeres que trabajan en la industria biofarmacéutica (en México, 38% de las mujeres estudian carreras STEM -es el acrónimo en inglés de science, technology, engineering and mathematics-, pero en edades tempranas apenas 9% de las jóvenes tiene interés en estudiar ciencias o ingeniería); y el IMPI ha creado la Red de mujeres innovadoras y propiedad industrial para tratar de incentivar su participación en, por ejemplo, las solicitudes de patente, en donde los titulares son 64% solo hombres, 22% grupos mixtos y 14% solo mujeres.

Recientemente llegó a Netflix México Picture a Scientist o Mujeres en la ciencia, como fue traducido su título al español, en el que a manera de documental se cuentan las historias de la bióloga Nancy Hopkins, la química Raychelle Burks y la geóloga Jane Willenbring, que van desde el hostigamiento brutal hasta años de sutiles desaires. Hacia el final (y esto no es un spoiler) Hopkins dice algo muy revelador: No hay soluciones únicas, tienes que mirar los datos; hacer correcciones, incluidos cambios de política pública si es necesario; continuar monitoreando la data para ver si las políticas funcionan; y repetir según sea necesario.

No es una sorpresa que los mejores aliados que tenemos las mujeres en la ciencia son: el poder de los datos y la contundencia de nuestras voces. La ciencia solo puede ser mejor si es diversa.

Publicado previamente en El Sol de México.

Close Menu